FERIA ITALIA

Escuela flamenca, siglo XVII.

“Santa mártir”.
Óleo sobre cobre.
Presenta faltas.
Posee marco del siglo XIX con faltas.
Medidas: 11 x 7 cm, 37 x 19 cm (marco).
La pintura barroca española es uno de los ejemplos más auténticos y personales de nuestro arte, porque su concepción y su forma de expresión surgieron del pueblo y de los sentimientos más hondos que en él anidaban. Quebrantada la economía del Estado, en decadencia la nobleza y cargado de fuertes gravámenes el alto clero, fueron los monasterios, las parroquias y las cofradías de clérigos y seglares los que impulsaron su desarrollo, siendo costeadas las obras en ocasiones mediante suscripción popular. La pintura se vio así abocada a plasmar los ideales imperantes en estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en el que la doctrina contrarreformista exigía al arte un lenguaje realista para que el fiel comprendiera y se identificara con lo representado, y una expresión dotada de un intenso contenido emocional para incrementar el fervor y la devoción del pueblo. El asunto religioso es, por consiguiente, la temática preferente de la pintura española de este período, que parte en las primeras décadas del siglo de un prioritario interés por captar el natural, para ir intensificando progresivamente a lo largo de la centuria la plasmación de valores expresivos.

Gafas Inglaterra, Birmingham, 1903.

Plata ley 925.

Conserva funda.

Presenta punzones.

Medidas: 16 x 4 x 1 cm.

Peso: 66 g.

Anteojos o gafas de montura redonda, conocidas también como quevedos. Conservan funda de plata, adornada con motivos vegetales.

Caja-joyero; Italia, c. 1960.

Plata ley 800.

Presenta punzones en la base y en la tapa.

Presenta etiqueta de Joyeria.

Medidas: 5 x 16,5 x 12,5 cm.

Peso: 380 g.

Caja joyero realizada en plata de origen italiano. La pieza presenta un diseño basado en una estética de carácter rococó, con un perfil sinuoso al que se suma decoración en relieve de motivos vegetales estilizados. En la zona superior de la tapa remata un cabujón de color azul que destaca sobre el acabado de la pieza. El interior esta sobredorado.

Aguamanil; Posiblemente BECATTINI LEONELLO Italia, c. 1970.

Plata de ley 800.

Presenta punzones 387F.

Medidas: 28 x 16 x 16 cm.

Peso: 772 g.

Coctelera Posiblemente WAGNER Y MENTION ; Francia, c. 1900.

Plata de ley 800.

Presenta abolladuras.

Presenta punzones.

Medidas: 22,5 x 8 x 8 cm.

Escuela española o italiana; siglo XVII.

“San Jerónimo”.

Óleo sobre lienzo.

Presenta restauraciones.

Medidas: 72 x 68 cm.

En esta obra el pintor nos ofrece una imagen mística, muy propia del arte contrarreformista. Así, vemos una obra de composición teatral y barroca, con el santo en primer plano, destacado por la iluminación de su piel cálida que contrasta con la oscuridad del árbol que define casi la totalidad del paisaje. Como también es habitual en este momento, san Jerónimo aparece durante su periodo de penitencia en el desierto, meditando con la pluma en la mano, junto a un cráneo humano, la Cruz y las Sagradas Escrituras, además a sus pies se puede observar la presencia del león que reposa tranquilamente.

Uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia Latina, San Jerónimo nació cerca de Aquilea (Italia) en el año 347. Formado en Roma, fue un retórico consumado, además de políglota. Bautizado a los diecinueve años de edad, entre los años 375 y 378 se retiró al desierto de Siria para llevar una existencia de anacoreta. Regresó a Roma en el 382 y se convirtió en colaborador del papa Dámaso. Una de las representaciones más frecuentes de este santo es su penitencia en el desierto. Sus atributos son la piedra que emplea para golpearse el pecho y la calavera sobre la que medita. También el capelo cardenalicio (o bien un manto rojo), a pesar de que nunca fue cardenal, y el león domesticado. Este último procede de una historia de la “Leyenda Dorada”, donde se narra que un día, cuando explicaba la Biblia a los monjes de su convento, vio llegar a un león que cojeaba. Le extrajo la espina de la pata, y desde entonces lo mantuvo a su servicio, encargándole que cuidase de su asno mientras pacía. Unos mercaderes robaron el asno, y el león lo recuperó, devolviéndoselo al santo sin herir al animal.

Escuela italiana; segunda mitad del siglo XVII.

“Santa Filomena”.

Óleo sobre lienzo.

Presenta restauraciones.

Posee marco del siglo XVII.

Medidas: 69 x 88 cm; 81 x 98 cm (marco).

Esta pintura, de formato ovalado y atribuida a la escuela italiana de la segunda mitad del siglo XVII, representa a una joven mártir identificable como Santa Filomena, figura devocional cuya iconografía comenzó a consolidarse en esta época tras el hallazgo de sus supuestas reliquias en las catacumbas de Roma. La santa aparece de busto largo, con el torso desnudo en un gesto de vulnerabilidad y entrega, las manos atadas al frente y una flecha clavada en el brazo derecho, símbolo inequívoco de su martirio. Su rostro, de belleza idealizada, combina serenidad y dolor contenido, dirigiendo una mirada elevada que sugiere comunión espiritual con lo trascendente. La paleta cálida, dominada por azules, rosados y tenues brillos dorados, y el tratamiento vaporoso de la carne revelan una técnica refinada y un dominio del claroscuro heredado del caravaggismo, pero ya suavizado por los ideales líricos del pleno barroco italiano. El modelado anatómico, las sutilezas del encarnado y la delicadeza del cabello, tratado con minuciosa sensibilidad, hablan de una obra de notable calidad artística y fuerte carga emocional, que invita tanto a la contemplación estética como a la reflexión devocional. La elección del formato ovalado refuerza la intimidad de la escena, acentuando la centralidad de la figura sagrada y su papel como intercesora y símbolo de pureza y fe incorruptible.

Escuela flamenca; segundo tercio del XVII.

“Venus en la fragua de Vulcano”.

Óleo sobre cobre.

Presenta faltas en el marco.

Medidas: 60 x 78 cm; 78 x 98 cm (marco).

Nos hallamos ante una pintura atribuida a la Escuela flamenca del segundo tercio del siglo XVII, que representa el episodio mitológico de Venus en la fragua de Vulcano, escena que articula con habilidad la sensualidad del mito clásico con el virtuosismo técnico característico del barroco nórdico. La composición nos muestra a la diosa Venus figura central del amor y la belleza acompañada por Cupido, en la fragua de su esposo Vulcano, quien aparece absorto en su labor metalúrgica, rodeado de los cíclopes, sus ayudantes tradicionales.

Este tema, de raigambre clásica, permite una síntesis entre el ideal de belleza femenina, la exaltación del trabajo manual y la tensión dramática que surge del triángulo amoroso implícito, pues Venus, en muchas versiones, visita la fragua para obtener armas para Marte, su amante.

La figura de Venus es tratada con especial delicadeza: su carne blanca y luminosa contrasta con el entorno sombrío y el cuerpo musculoso, ennegrecido por el trabajo de Vulcano. Este contraste no solo es formal, sino conceptual: la diosa del amor, símbolo de placer y lujuria, irrumpe en el mundo masculino del trabajo y el fuego, introduciendo un elemento de deseo y desorden en un espacio regido por la técnica y la función. Cupido, a su lado, refuerza este simbolismo, aludiendo al poder del amor para subyugar incluso a los más fuertes.

Los cíclopes, con sus cuerpos voluminosos y gestos dinámicos, están representados en plena actividad, golpeando metales al rojo vivo y manipulando herramientas, en una demostración del interés flamenco por los oficios y la representación realista del trabajo físico. Estos detalles permiten al pintor desplegar su virtuosismo en la representación de texturas —metal, carne, piedra— y en la captación del movimiento y el esfuerzo corporal, elementos centrales de la pintura barroca.

Desde el punto de vista artístico, la obra destaca por su cuidada composición, en la que se equilibran con precisión lo narrativo y lo decorativo. La disposición piramidal de los personajes, el uso de diagonales para conducir la mirada, y el ritmo entre zonas de alta densidad visual y espacios de respiro evidencian un dominio maduro de la retórica visual barroca. La riqueza cromática, en la que se combinan rojos ardientes, dorados y sombras azuladas, refuerza la teatralidad de la escena.

Este tipo de pintura refleja una doble ambición de la Escuela flamenca: por un lado, mostrar su fidelidad al humanismo renacentista mediante la representación de episodios mitológicos clásicos; por otro, desplegar el esplendor técnico y sensorial propio del barroco. La obra no solo es un ejemplo de arte como deleite visual, sino también una meditación sobre los poderes contrapuestos del amor y el trabajo, del cuerpo y el alma, de la belleza y la fuerza. Su valor reside, por tanto, en la capacidad de articular una visión del mundo rica en matices éticos y estéticos, tal como lo demandaba la sensibilidad intelectual y artística del siglo XVII.

Escuela flamenca; segundo tercio del XVII.

“Venus en la fragua de Vulcano”.

Óleo sobre cobre.

Presenta faltas en el marco.

Medidas: 60 x 78 cm; 78 x 98 cm (marco).

Nos hallamos ante una pintura atribuida a la Escuela flamenca del segundo tercio del siglo XVII, que representa el episodio mitológico de Venus en la fragua de Vulcano, escena que articula con habilidad la sensualidad del mito clásico con el virtuosismo técnico característico del barroco nórdico. La composición nos muestra a la diosa Venus figura central del amor y la belleza acompañada por Cupido, en la fragua de su esposo Vulcano, quien aparece absorto en su labor metalúrgica, rodeado de los cíclopes, sus ayudantes tradicionales.

Este tema, de raigambre clásica, permite una síntesis entre el ideal de belleza femenina, la exaltación del trabajo manual y la tensión dramática que surge del triángulo amoroso implícito, pues Venus, en muchas versiones, visita la fragua para obtener armas para Marte, su amante.

La figura de Venus es tratada con especial delicadeza: su carne blanca y luminosa contrasta con el entorno sombrío y el cuerpo musculoso, ennegrecido por el trabajo de Vulcano. Este contraste no solo es formal, sino conceptual: la diosa del amor, símbolo de placer y lujuria, irrumpe en el mundo masculino del trabajo y el fuego, introduciendo un elemento de deseo y desorden en un espacio regido por la técnica y la función. Cupido, a su lado, refuerza este simbolismo, aludiendo al poder del amor para subyugar incluso a los más fuertes.

Los cíclopes, con sus cuerpos voluminosos y gestos dinámicos, están representados en plena actividad, golpeando metales al rojo vivo y manipulando herramientas, en una demostración del interés flamenco por los oficios y la representación realista del trabajo físico. Estos detalles permiten al pintor desplegar su virtuosismo en la representación de texturas —metal, carne, piedra— y en la captación del movimiento y el esfuerzo corporal, elementos centrales de la pintura barroca.

Desde el punto de vista artístico, la obra destaca por su cuidada composición, en la que se equilibran con precisión lo narrativo y lo decorativo. La disposición piramidal de los personajes, el uso de diagonales para conducir la mirada, y el ritmo entre zonas de alta densidad visual y espacios de respiro evidencian un dominio maduro de la retórica visual barroca. La riqueza cromática, en la que se combinan rojos ardientes, dorados y sombras azuladas, refuerza la teatralidad de la escena.

Este tipo de pintura refleja una doble ambición de la Escuela flamenca: por un lado, mostrar su fidelidad al humanismo renacentista mediante la representación de episodios mitológicos clásicos; por otro, desplegar el esplendor técnico y sensorial propio del barroco. La obra no solo es un ejemplo de arte como deleite visual, sino también una meditación sobre los poderes contrapuestos del amor y el trabajo, del cuerpo y el alma, de la belleza y la fuerza. Su valor reside, por tanto, en la capacidad de articular una visión del mundo rica en matices éticos y estéticos, tal como lo demandaba la sensibilidad intelectual y artística del siglo XVII.

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Arqueta colonial del siglo XVII.

Cuero repujado y dorado, madera y hierro forjado.
Medidas: 27 x 56 x 32 cm.
Arqueta colonial barroca, del siglo XVII, construida con un alma de madera que queda completamente oculta salvo en la base, cubierta al exterior por cuero grabado. Se trata de una caja prismática, construida con tableros enterizos ensamblados, con tapa superior articulada mediante bisagras. A estas bisagras traseras se une en el frente, a la que se une la falleba del cierre. El escudo de cerradura consiste en una placa metálica recortada y calada, con un diseño, típicamente barroco. Además, la arqueta cuenta con herrajes adicionales que refuerzan la construcción, situados sobre los ensambles de las esquinas y en el frente y la trasera de la tapa. En los laterales cuenta con asas en arco. La decoración del cuero, enteramente grabada, es profusa y compleja, realizada con virtuosismo y minuciosidad, y refleja el gusto decorativista del barroco, reforzado por la tendencia al “horror vacui” de las escuelas coloniales. En el frente de la pieza se puede observar a dos caballeros, dispuesto cada uno de ellos en los laterales de la cerradura. Los dos portan instrumentos musicales. En la tapa de la pieza domina la composición un gran escudo alado, el cual se encuentra rodeado de más motivos vegetales, con tallos, hojas y palmetas, decoración que se establece por la total superficie de la pieza

“Aparición del Arcángel San Rafael al Padre Roelas”.

Óleo sobre lienzo.
Presenta desperfectos en la pintura y repintes. Marco sin Adherir.
Medidas: 149 x 247 cm; 169 x 254 cm (marco).
En esta obra de formato apaisado, el autor nos presenta una composición dinámica, poblada de personajes, que indican su finalidad narrativa. En primer plano a la izquierda se aprecia el grupo más relevante, lo que se puede observar no solo por su disposición en la composición, sino también por el tamaño de sus cuerpos. Este grupo está formado por el Padre Roelas, sentado frente a un altar donde descansa un libro abierto (La Biblia), y un pequeño incensario. Este abre sus brazos en actitud de acogida. Frente a él, el Arcángel San Rafael, lleva sus manos hacia su pecho. Destaca la pulcritud de las vestimentas, que se definen por el blanco que aporta una gran luminosidad, respecto al resto de la composición. A dicha particularidad se suma la nívea piel, el brillo de sus doradas sandalias, además del detallismo de su anatomía. Junto a ellos, podemos observar un grupo de angelitos, dos de los cuales sostienen una orla con la leyenda; “Yo te juro, por Jesucristo crucificado, que soy Rafael, ángel a quien Dios tiene puesto por guarda de esta ciudad”. La cual nos permite identificar el tema escogido por el artista. La composición finaliza con un grupo dispuesto en el ángulo superior izquierdo, compuesto por varios personajes, ricamente ataviados, que se disponen sobre caballos. Estos son señalados por el Padre Roelas, que se sitúa de pie a la izquierda del grupo.

“Virgen del Calvario”. Madera tallada y policromada.

Presenta faltas en la policromía.Medidas: 84 x 33 x 20 cm.
La Virgen del Calvario, es la advocación de la madre de Cristo presenciando el suplicio y muerte de su hijo. Esta devoción a los dolores de la Virgen hunde sus raíces en la época medieval, y fue especialmente difundida por la orden servita, fundada en 1233. Esta iconografía se caracteriza por representar a María sola, con la mirada alzada hacia la figura de Cristo en la cruz, con los ojos inundados de lágrimas y una expresión de profundo dolor en el rostro. Es un tema muy frecuente en la escultura destinada a la devoción particular, tal y como se advierte en este ejemplo, claramente devocional no sólo por su tema sino también por su formato. En este tipo de obras será frecuente la composición que aquí vemos, clara, equilibrada y simple, que evita que la mirada del espectador se desvíe del rostro que protagoniza la obra.
La escultura española del siglo XV se enmarca en un momento particular ya que tres sucesos marcarán el destino de la historia europea y española, estos fueron: el final de la Reconquista, el descubrimiento del “nuevo mundo” y la constitución del Imperio Español bajo Carlos I. Este periodo de gran influencia española tuvo como efecto inmediato el florecimiento de las artes y de manera privilegiada la escultura. Dicha disciplina se caracterizó por una especial fusión entre un estilo gótico local muy particular por su marcado expresionismo y dos factores externos; por un lado, la espectacular técnica de los artistas del Norte de Europa que llegaron a España para realizar encargos de la Iglesia y por otro lado, la búsqueda de ideales clásicos italianos. Si bien la representación plástica de carácter sacro acompaña al cristianismo desde sus tiempos más remotos, a partir del Concilio de Trento, la Iglesia católica en respuesta a la Reforma luterana decide potenciar las artes plásticas con tal de alcanzar la atención de los fieles, desarrollándose más tarde de manera superlativa en el Barroco.

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